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Los Sonetos de Shakespeare son una de las cumbres de la poesía lírica de todos los tiempos. Las circunstancias que rodearon su publicación y la ambigüedad en lo relativo a la identidad y al sexo de los destinatarios han servido de abono a múltiples conjeturas que, si bien no contribuyen a la comprensión de los sonetos, prueban, no obstante, el continuo interés que despierta esta obra. Cuatrocientos años después de ver la luz, la modernidad de estos textos sigue resultando sorprendente, y el enfoque singular del bardo de Stratford los ha dotado para siempre de un halo de misterio. En los sonetos asistimos a una suerte de representación dramática en la que una voz meditativa va desgranando, en su lucha contra el tiempo, los vaivenes del afecto y de la pasión, de la amistad y del amor, del anhelo y del desengaño. En esa percepción múltiple del teatro de los sentimientos se dan cita los motivos más diversos, desde la visión de la naturaleza hasta la denuncia social o la búsqueda de una trascendencia allende la muerte.
Cuatrocientos años después de ver la luz, la modernidad de estos textos sigue resultando sorprendente, y el enfoque singular del bardo de Stratford los ha dotado para siempre de un halo de misterio. En los sonetos asistimos a una suerte de representación dramática en la que una voz meditativa va desgranando, en su lucha contra el tiempo, los vaivenes del afecto y de la pasión, de la amistad y del amor, del anhelo y del desengaño. En esa percepción múltiple del teatro de los sentimientos se dan cita los motivos más diversos, desde la visión de la naturaleza hasta la denuncia social o la búsqueda de una trascendencia allende la muerte.