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Basándose en un relato danés del siglo XII, y otorgándole a su protagonista un nombre casi idéntico al de su propio hijo —Hamlet, muerto a los once años— Shakespeare dio vida a su tragedia más famosa, y posiblemente también a su creación más radicalmente experimental. Desprovista del lenguaje pomposo típico de las tragedias de la época, la obra innova y excede la representación convencional de la historia de una venganza: Hamlet, el hijo decidido a matar y morir para saldar el crimen de su padre y eliminar la podredumbre social, no es en realidad un héroe justiciero sino más bien un esclarecido pensador del Renacimiento, capaz de comprender en profundidad cada defecto del mundo. Así, torturado por la constante ebullición de sus ideas, se enfrenta con las verdades más desalentadoras de la experiencia, planteándonos conflictos eternos e irresolubles y convirtiéndose, de ese modo, en el más claro espejo del desgarramiento entre pensamiento, emoción y acción.
Desprovista del lenguaje pomposo típico de las tragedias de la época, la obra innova y excede la representación convencional de la historia de una venganza: Hamlet, el hijo decidido a matar y morir para saldar el crimen de su padre y eliminar la podredumbre social, no es en realidad un héroe justiciero sino más bien un esclarecido pensador del Renacimiento, capaz de comprender en profundidad cada defecto del mundo. Así, torturado por la constante ebullición de sus ideas, se enfrenta con las verdades más desalentadoras de la experiencia, planteándonos conflictos eternos e irresolubles y convirtiéndose, de ese modo, en el más claro espejo del desgarramiento entre pensamiento, emoción y acción.