El día que Virginia Woolf mató a su madre en la ficción

A Virginia Woolf la atormentó un fantasma desde la niñez: el recuerdo de su madre, Julia Stephen, una figura tan luminosa como inalcanzable. Julia murió cuando Woolf tenía 13 años, y esa muerte fue el epicentro de una serie de pérdidas que desestabilizaron para siempre la mente de la escritora. Este duelo, seguido por la muerte de su hermana Stella y más tarde la de su padre, alimentó las crisis nerviosas que la marcarían para siempre. Estas muertes, acumuladas como capas de un duelo sin fin, fueron la semilla que años después florecería en Al faro, la novela donde Woolf exorcizó los fantasmas que la perseguían desde su juventud.

Los veranos en St Ives, en la costa de Cornualles, eran un refugio familiar que Virginia recordaba con un dolor punzante. Allí, en medio de acantilados y un mar impasible, la familia Stephen vivía una aparente calma rota por las tensiones cotidianas y las sombras del pasado. Fue en esos veranos donde Woolf capturó la esencia de Al faro, una novela que ella misma describió como una “expulsión” de los recuerdos más íntimos. Mrs. Ramsay, la matriarca de la novela, no es otra que Julia, su madre, cuya dulzura y capacidad para unir a los suyos eran tan reales como las cicatrices que dejó su ausencia. Pero la escritura de Al faro no fue un simple homenaje; fue una liberación. “Al final, la maté”, confesó Woolf refiriéndose a la conclusión del libro, donde finalmente se permitió dejar ir a esa madre omnipresente.

La construcción de Mr. Ramsay, por otro lado, está impregnada del rigor intelectual y el temperamento severo de Leslie Stephen, un hombre cuya influencia en Virginia fue tan aplastante como formativa. Con él, Woolf aprendió la disciplina del pensamiento, pero también sufrió el peso de una figura paterna que no admitía debilidades. En la novela, Mr. Ramsay es un hombre atormentado por su propio ego, por su necesidad de aprobación y por una inteligencia que se despliega como un arma de control sobre quienes lo rodean. La tensión entre padre e hija se resuelve en la ficción con un acto simbólico: la llegada al faro, un lugar que representa tanto el deseo de alcanzar lo inalcanzable como la reconciliación con lo inevitable.

El proceso de escribir Al faro fue para Woolf una catarsis que tomó años en gestarse. En cada línea, en cada imagen del mar que avanza y se retira, Woolf trazó su propio duelo, explorando cómo la memoria distorsiona, retiene y finalmente libera. La novela está estructurada en tres partes que marcan el paso del tiempo, pero es en la segunda, titulada “El tiempo pasa”, donde se siente con más fuerza la huella del vacío. En unas pocas páginas, Woolf condensa la erosión de la casa familiar, la muerte de personajes clave y la disolución de la unidad que antes sostenía la vida de los Ramsay. Este vacío no es solo el paso de los años, sino la forma en que el duelo transforma los recuerdos en algo impreciso, irreparable.

Cuando Virginia Woolf terminó Al faro, escribió en su diario que sentía como si al fin hubiera cerrado un capítulo crucial de su vida. Había conseguido, al menos en parte, poner en paz los fantasmas que la habían acompañado desde niña. La novela no solo marcó un punto de inflexión en su carrera literaria, sino también en su vida personal: al enfrentarse al dolor y a las figuras de sus padres a través de la ficción, Woolf encontró una forma de reconciliarse con su propia historia. Y así, desde la escritura, la hija huérfana se permitió soltar lo que tanto la había definido, dejándonos una obra donde la muerte y la vida conviven en cada palabra.

 

0 0 votes
Article Rating
Subscribe
Notify of
guest
0 Comments
Oldest
Newest Most Voted
Inline Feedbacks
View all comments
0
Would love your thoughts, please comment.x
()
x
Esta página utiliza Cookies    Más información
Privacidad