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Nana es precisamente una gigantesca simbolización y una parodia de ese Segundo Imperio y de su farsa. Un ataque implacable a su mundo. De cuatro o cinco generaciones de borrachos, de una sangre viciada por una larga herencia de embriaguez y miseria, surge zumbando una «mosca de oro», Nana. Crecida en la calle, criada en el arroyo parisiense, planta de estercolero y fermento del pueblo que corrompe y desbarata «entre sus muslos de nieve» al París burgués y aristócrata. Naná es fuerza de la naturaleza y arma destructora. Una mosca resplandeciente como el sol, libadora de muerte, que entra por los ventanales de los palacios del poder y envenena a los hombres.