La campesina

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Roma, septiembre de 1943, hace apenas dos meses que Mussolini ha sido destituido y con los aliados ya en el sur del país, el gobierno italiano decide ahora firmar un armisticio, rindiendo a su ejército y poniendo fin así a su ridícula participación en la II Guerra Mundial. El ejército alemán no tiene más remedio que asumir el control del frente italiano para impedir que los aliados accedan en un paseo triunfal al centro de Europa. En un último estertor, Mussolini funda en el norte del país, con ayuda de los alemanes, la República Social Italiana. Con dos cabezas, la situación del país no puede ser más caótica. Aparte de la falta de artículos de primera necesidad y de la vertiginosa caída del valor de la moneda, todo el país adolece también de sistema alguno que permita aplicar las leyes con un mínimo de coherencia, convirtiéndose en un lugar muy inseguro. Las exacciones de los últimos apuntados al carro del fascismo y los delincuentes que ahora campan a sus anchas esquilman aún más si cabe a un pueblo completamente desorientado que sólo vive con la esperanza de que lleguen los aliados y traigan comida y orden al país. Vana ilusión. En este contexto sitúa Moravia a la protagonista del libro, Cesira, una joven viuda que, exasperada por la situación de carestía en que se ve sumida Roma, no duda en coger sus ahorros y abandonar temporalmente su pequeño piso y su tienda en el barrio romano del Trastévere, huyendo con su hija Rosetta, una joven ya «en edad de merecer», en dirección a su pueblo natal, situado en una zona montañosa entre Roma y Nápoles, con la esperanza de que «en el campo las cosas irán mejor». Moravia nos proporciona por tanto, una vez más, dos personajes femeninos al borde de una situación límite. Si en La Romana se trata de una madre que empuja a su hija a la prostitución, en La campesina se trata de dos refugiadas que tratan de sobrevivir en un país sin cabeza, y por tanto sin ley, ocupado por uno de los ejércitos más cruentos de este siglo, con el agravante de que se encuentra en el justo momento de darse cuenta que está perdiendo la guerra.

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Con dos cabezas, la situación del país no puede ser más caótica. Aparte de la falta de artículos de primera necesidad y de la vertiginosa caída del valor de la moneda, todo el país adolece también de sistema alguno que permita aplicar las leyes con un mínimo de coherencia, convirtiéndose en un lugar muy inseguro. Las exacciones de los últimos apuntados al carro del fascismo y los delincuentes que ahora campan a sus anchas esquilman aún más si cabe a un pueblo completamente desorientado que sólo vive con la esperanza de que lleguen los aliados y traigan comida y orden al país. Vana ilusión.En este contexto sitúa Moravia a la protagonista del libro, Cesira, una joven viuda que, exasperada por la situación de carestía en que se ve sumida Roma, no duda en coger sus ahorros y abandonar temporalmente su pequeño piso y su tienda en el barrio romano del Trastévere, huyendo con su hija Rosetta, una joven ya «en edad de merecer», en dirección a su pueblo natal, situado en una zona montañosa entre Roma y Nápoles, con la esperanza de que «en el campo las cosas irán mejor». Moravia nos proporciona por tanto, una vez más, dos personajes femeninos al borde de una situación límite. Si en La Romana se trata de una madre que empuja a su hija a la prostitución, en La campesina se trata de dos refugiadas que tratan de sobrevivir en un país sin cabeza, y por tanto sin ley, ocupado por uno de los ejércitos más cruentos de este siglo, con el agravante de que se encuentra en el justo momento de darse cuenta que está perdiendo la guerra.

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